20 febrero 2011

Arquímedes


No es que se haya hecho tan famoso, ahora que dice, solamente por ser el hijo del astrónomo Fidias. Arquímedes también estuvo inmerso en el ambientillo científico de su época, en Siracusa, su ciudad natal. Ahora bien. Tampoco le íbamos a pedir que inventase una pistola de rayos láser a anti-materia, pero, ya que el hombre andaba en las de dárselas de amigo con las cuestiones inventivas, ¿por qué no pedirle, por ejemplo, que inventase el telescopio? Si, pero mire que el telescopio lo inventó Galileo, al menos en los libros. Aparte la Torre de Pisa ya estaba torcida como para que este último ejecutase aquel recordado experimento de la pluma y el martillo, el rozamiento, la caída libre y una marca de martillos que por aquella época se hizo famosa y no mencionaré en esta exquisita edición porque no viene al caso.


Ahora bien. Resulta que este muchacho Arquímedes andaba de inventor y justo va y se le antoja baño. Invento y baño. Entonces, resultó ser que el sujeto tenía una bañera en la casa prontita y todo con el agua hasta el límite de todos sus bordes. Quiera creerse o no, cosa increíble, Arquímedes va y se gana dentro del mencionado recipiente para asear individuos y Eureka! Aparece allí la chance perfecta, justa, esperada y bonita para meter a todo pecho y pulmón a pedir de boca, la frase que tan famoso me lo hizo a este muchacho llamado Arquímedes. Una cosa nunca vista. Si hasta se cuenta –e incluso a día de hoy- que el muchachote salió desnudo a la calle penduleando a grito pelado la frase antedicha, que significa “lo encontré”. ¿Pero qué es aquello tan felizmente encontrado, que incluso llevó a los límites a nuestro personajillo a inventar el desnudismo y el exhibicionismo sin siquiera planteárselo? ¿Qué?

Yo, no lo sé de cierto.

Pero cuentan las antiguas y modernas fuentes, que en ese preciso instante cuando Arquímedes se sumerge en el agua de su bañera, justo en el preciso instante cuando le rondaba lo siguiente por la cabeza: Tratado de los cuerpos flotantes –y se sumergía en la tina-, otra vez más: Tratado de los cuerpos flotantes: en tanto seguía sumergiéndose de lo más entretenido que hasta daba gusto. Resulta que, como todo el mundo lo sabe, el volumen del cuerpo de Arquímedes desplazó el volumen de agua equivalente sito en la bañera arriba mencionada. El sujeto va y descubre eso. Y Eureka a cuero pelado y la mar en coche.

En fin. Pero tampoco es de creer que su genio de antiguo conformista se demostró como tal, a los fines de quedarse lo más quietito posible y ya jamás, ni siquiera por error o bríos, alcanzar a descubrir algo. No vaya a creer. Al parecer la cuestión de la bañera y la cuantiosa y creciente fama luego del caso del desnudismo, fue el punta pie inicial y necesario para que Arquímedes inventase de una buena vez el tan esperado Tornillo de Arquímedes (jamás se inventó destornillador de la misma guisa, mas ya verá usted por qué).

El Tornillo de Arquímedes, o tornillo sin fin, fue una máquina hidráulica utilizada en Egipto a los solos fines de regar los campos muy distantes del sagrado Nilo, y se dice que en España se le daba usos con fines de minería. No sé. La cuestión es que fue inventado por el sujeto que hoy nos tiene apegaos a la tecla. Aunque algunos dudaron y dudan de la paternidad del sabio de Siracusa –nunca faltan-, la documentación papirológica indica que esta máquina es posterior al siglo III antes de Jesucristo. Lo que indica que no se puede andar inventando mucho porque muchísimos años más tarde, y vaya si esto es un ejemplo, cualquier civil común y corriente se entera que en una de esas usted no inventó nada, y que no han hecho más que darle fama de puro gusto nomás, sólo porque a alguien se le antojó no leer los papiros electrónicos de la actualidad. Por eso, y ya caemos en la obviedad, es que ahora escasean los inventores y ya nadie descubre nada. Una cosa de no creer, pero cierta.

Ahora bien. No ha de haber mejor invento de Arquímedes que las elefantiásicas lentes cóncavas aquellas que utilizó Siracusa en la Segunda Guerra Púnica. Se cuenta que muy a pesar del manejo de la poliorcética (arte del asedio) fue necesario que pasasen dos años para terminar con la resistencia que ejercía Siracusa a los ejércitos romanos (por más información leer Segunda Guerra Punitiva). Arquímedes aquí se lució de lo lindo, por sus cualidades de destaque en cuanto a arquitecturas militares. Se dice que sus inventos impresionaron a tal punto a los soldados romanos, que estos, al ver asomarse algo raro por encima de los muros, fuera ya una tabla o un simple cordel, dejaban el tal pozo, corriendo despavoridos y al grito pelado de: ¡Otro invento de Arquímedes, oh sí, lo sabemos muy de cierto! Y todo porque el mismo sabio se aplicó de lleno al manejo de la cuestión refractaria y etcéteras de la naturaleza del espejo. Con enormes lentes apostadas sobre los muros, el sabio mandaba la luz del sol concentrada hasta las velas de los navíos, las que ardían de lo lindo, en tanto las naves enemigas se hundían, se hundían, se hundían y el sabio chapuceaba en la bañera.

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